Cada ser humano es único y diferente, pero todos nacemos a
partir de una energía común. Todo está en todos, y sin embargo cada uno de
nosotros desarrolla unos patrones de conducta, una especie de esencia personal
que llamamos “nuestro Yo”, cuyas variaciones dependerán del amor y la
estabilidad que experimentamos durante la infancia, así como del
condicionamiento sociocultural recibido y la genética, entre otros factores.
A diferencia del resto de los animales, nuestra evolución
requiere cierto esfuerzo consciente. Los seres humanos nacemos en la
inconsciencia más profunda y solemos ir desarrollando nuestra consciencia con
el transcurso de los años, hasta lograr alcanzar nuestra máxima potencialidad,
lo cual depende de cada uno de nosotros.
La dificultad previa radica en el hecho de que, siendo
todavía bebes, la realidad se nos antoja amenazadora y hostil. Para defendernos
de la infinita y confusa información que nos llega a través de los sentidos,
desde el primer día de nuestro nacimiento, empezamos a protegernos tras un
escudo mental, también llamado personalidad, ego o falso yo.
Así es como nuestra verdadera esencia queda sepultada. Sin
embargo, esta autoprotección tiene una finalidad evolutiva concreta: nos ayuda
a sobrevivir emocionalmente al abismo que por entonces supone nuestra
existencia. Pero sean cuales sean nuestras circunstancias externas, la tremenda
experiencia que supone nuestro nacimiento puede dejarnos heridas psicológicas
profundas.
A lo largo de nuestra infancia, éstas se van abriendo e
intensificando, provocando que nuestra necesidad de amor sea desmesurada. Esta
es la razón de que los primeros seis años de nuestra vida tengan un gran
impacto en el posterior desarrollo de la personalidad. Por eso, cuanto más amor
y estabilidad hayamos recibido durante esos años, menos necesidad tendremos de
protegernos bajo la falsa identidad de nuestro ego. Desde el punto de vista del
ego, todos nuestros actos y palabras tienen la finalidad inconsciente de
conseguir que los demás nos quieran, sin embargo, muchas veces nos ocurre lo
contrario.
Cuanto menos nos aman o menos amor creemos estar
recibiendo, más fuerte y dura se vuelve nuestra personalidad, ego o falso yo.
Con el paso de los años, incorporamos una serie de comportamientos impulsivos,
que se disparan automáticamente como reacción a lo que sucede fuera. Así, estos
mecanismos de protección terminan por fijarse en nosotros, transformándose en
“nuestra forma de ser”.
Conocernos a nosotros mismos es la clave de nuestra
evolución. Nos descentramos cuando nos identificamos con nuestra personalidad, ego
o falso yo, y como resultado reaccionamos de forma automática e inconsciente
cuando la realidad no se ajusta a nuestras exigencias y deseos. Para recuperar
nuestro equilibrio, nuestro centro interior, tendremos que hacer ejercicios que
nos permitan tener la mente relajada, lo que nos ayudara a evitar nuestras reacciones
impulsivas.
Cuando entramos en ese estado interior conectamos con
nuestro verdadero Yo y nos invade una gran paz y serenidad, abrazándonos y unificándonos
con el Todo. Aceptando sin reservas lo que sucede, sintiéndonos felices
sin otro motivo que el de estar viviendo esta maravillosa experiencia que nos
ofrece la Tierra.