Si descubres que a menudo te
disculpas sin saber muy bien porque, simplemente porque sabes de alguna manera
que tus palabras, actitudes o acciones han molestado a alguien, es probable que
esa persona te esté manipulando emocionalmente, haciendo palanca en tú
sensación de culpabilidad.
Si a menudo te preguntas: ¿Qué habré hecho mal? ¿Cómo pude haberle ofendido? O siempre te disculpas con la misma persona usando frases como “Disculpa si algo de lo que he dicho o hecho te ha ofendido”, es probable que estés siendo víctima de una manipulación.
Y es probable que detrás de esa situación se encuentre una persona muy susceptible, que se ofende por todo pero intenta culpar a los demás. Esa persona no suele gestionar bien las diferencias de opinión ni las críticas constructivas, por lo que reaccionara poniéndose a la defensiva e intentando minar tu seguridad.
Las sutiles señales de manipulación inculpatoria.
Los puntos rojos. Hay personas que se enfadan cada vez que tocamos determinados temas, se trata de puntos sensibles que, no importa cómo los abordemos, siempre generaran una intensa respuesta emocional. Por supuesto, hay ocasiones en que lo más sabio es no pulsar esos botones, pero si sus consecuencias nos atañen directamente, entonces no tendremos más remedio que sacar a colación el tema. En esos casos, debemos ser conscientes de que no hemos sido nosotros quienes hemos provocado el enfado, la otra persona se ha enfadado porque no es capaz de lidiar con determinadas situaciones.
Hacerte sentir mal. Las estrategias para hacerte sentir mal pueden ser muy diversas. Hay quienes pueden dejar de hablarte como castigo, obviando tu presencia y/o respondiendo con monosílabos. Otros pueden atacarte directamente, afirmando que les has hecho sentir mal con tus palabras o acciones. No hay dudas de que cada quien es libre de expresar sus opiniones y sentimientos. De hecho, no hay nada de malo en recibir esa retroalimentación, siempre y cuando su objetivo no sea manipularte para lograr que te disculpes haciendo que sientas que eres una mala persona.
Negarse a abordar el problema. Algunas personas, una vez que se sienten heridas, se niegan a abordar el problema. En algunos casos, es conveniente dejarles el espacio que necesitan para que procesen lo ocurrido, pero en otros casos se trata de una estrategia para hacerte sentir culpable. En la práctica, al negarse a hablar contigo se convierte en tu víctima. Cuando cierran las vías del dialogo y de la solución se condenan al papel del mártir, haciendo que asumas el rol del verdugo y te sientas culpable por ello.
Minar tu confianza. A veces, cuando una persona se siente atacada responde a la defensiva y atacando. Es una reacción normal. Sin embargo, si te encuentras a menudo en esa situación y alguien te ataca para lograr que te sientas culpable o inferior, en el fondo esa persona lo que está intentando es manipularte para obtener el control haciéndote sentir mal, minando tu seguridad y autoconfianza.
Para ofender a alguien, se necesitan dos.
Damos por sentado que cuando alguien se siente ofendido, la culpa es nuestra. Le hemos ofendido con nuestras palabras, actitudes o comportamientos. En realidad, esa es solo media verdad. Toda ofensa implica la existencia de “botones rojos” en el otro. Por eso, lo que puede ser una ofensa para algunas personas, para otras no lo es.
Eso no nos exculpa. No se trata de convertirse en kamikazes de la verdad, decir lo primero que nos pasa por la cabeza y luego pensar que es el otro quien debe procesarlo de la mejor manera. Sin embargo, en todo conflicto, siempre hay dos partes, por lo que no es justo colocar la responsabilidad solo en una de ellas para hacerla sentir culpable.
Somos responsables por nuestras palabras, pero no por lo que los demás interpreten. Debemos esforzarnos por hacer llegar nuestro mensaje de la mejor manera posible, pero no tenemos la culpa de los “botones rojos” ajenos y sobre todo, no estamos obligados a callar cuando algo nos atañe directamente solo porque la otra persona es muy susceptible.
El problema surge cuando quien intenta manipularte son las personas más cercanas, aquellas que más te importan y en quienes confías. Es difícil que caigas en las redes de manipulación de un extraño, pero cuando median las emociones, es más fácil ceder a esas tácticas. Si ves que tus palabras pueden haberle hecho mal a una persona que quieres, es probable que tu primer impulso sea disculparte, aunque no sepas muy bien por qué.
Sin embargo, de esta manera pierdes una oportunidad preciosa para que vuestra relación crezca y, en su lugar, contribuyes a la manipulación y las conductas infantiles que terminan desgastando cualquier tipo de relación.
Las disculpas deben de ser un acto consciente de asumir nuestra responsabilidad.
Habrá ocasiones en las que nos habremos equivocado y herido a alguien, y debemos disculparnos asumiendo nuestra cuota de responsabilidad. Pero también habrá situaciones en las que no tenemos por qué asumir la culpa por la susceptibilidad ajena, si estamos seguros de que no hemos expresado de la manera más asertiva posible.
Khalil Gibran dijo: “Un hombre debe ser lo suficientemente grande como para admitir sus errores, lo suficientemente inteligente como para aprovecharlos y lo suficientemente fuerte para corregirlos” Eso significa que disculparse siempre debe ser un acto consciente, expresión de un proceso reflexivo sobre lo ocurrido, no un acto automático en el que cedemos el poder al otro.
Se ha apreciado que las disculpas en realidad no son tan eficaces como pensamos y a menudo no sirven para reparar la relación dañada. Psicólogos de la Universidad Estatal de Ohio aislaron los tres ingredientes esenciales para que una disculpa sea efectiva.
1. Reconocimiento de la responsabilidad. Se trata de reconocer que nos hemos equivocado, para lo cual primero debemos ser conscientes de lo que hemos hecho mal, no vale una disculpa genérica.
2. Ofrecer una reparación del daño. Lo cual significa reconocer que estamos dispuestos a hacer algo para subsanar nuestro error. De cierta forma, es una declaración de buena voluntad pero, una vez más, se debe basar en la convicción de que nos hemos equivocado.
3. Expresión de arrepentimiento. Se trata de expresar un arrepentimiento sincero, que le permita saber a la otra persona que realmente sentimos el daño que le causamos.
¿Cómo afrontar esos intentos de manipulación?
1. No le des demasiadas vueltas. Rumiar lo ocurrido es una de las peores cosas que puedes hacer. No solo afectara tu estado de ánimo, haciendo que te sientas más irritable, frustrado y/o enfadado sino que es más probable que termines asumiendo culpas que no son tuyas o desarrollando una actitud negativa hacia el otro.
2. Pide aclaraciones. Es conveniente que pidas aclaraciones sobre lo ocurrido. También puedes hacer un amago de disculpas diciéndole a la otra persona: “Lamento que mis palabras provocaran esa reacción, pero me gustaría saber el motivo”.